Ayer llevaba a cabo una introducción a la mítica fama de “malafollás” (léase mala uva, mala baba o mala educación de forma reconcentrada) de los conductores de la compañía de transporte Rober en Granada a través de una situación en la que perdía, por momentos, la posibilidad de subir al bus. Más nos habría valido que ocurriese otro tanto el domingo cuando (solo el hombre tropieza dos veces con la misma piedra) nos dirigimos a la misma parada a esperar la llegada de otro autobús de la fatídica línea 1.
La temperatura durante el fin de semana no dejó de ir in crescendo y, ya fuera por eso, porque el conductor que nos tocó en (mala) suerte no había asistido al curso de buenas maneras que impartió su compañía unos años atrás (os remito al enlace incluido en la anterior entrada) o, simplemente, porque estábamos en Granada, lo cierto es que tuve que presenciar en primera persona unos acontecimientos que me convencieron, una vez más, de que en esta ciudad la movilidad sostenible es una utopía. La acción se desarrolló de la siguiente forma:
Granada, 16:08. Mi pareja y yo llegamos a la parada de autobuses sita frente al Parque de las Ciencias, de cabecera para la línea 1. Saludamos a la mujer que esperaba de pie y convenimos esperar al autobús, que se encuentra en la parada de enfrente y que únicamente debe dar la vuelta en una rotonda cercana. Entretanto miro el cartel informativo; los domingos la frecuencia de paso de los autobuses de la línea 1 es de 20 minutos.
Avanza el reloj. Son las 16:15 y el autobús llega a la parada. Bajan todos los viajeros y, cuando nos disponemos a preguntar al conductor a qué hora saldrá el bus (ya que al ser su parada de cabecera en ocasiones han de esperar un poco para ajustar su horario) la mujer que había en la parada se nos adelanta:
– Perdone , ¿cuándo sale el autobús? –preguntó la mujer.
– Cuando yo vuelva –le responde malhumorado el conductor, mientras baja del autobús y se aleja, dejando las puertas del mismo abiertas.
Estupefactos, mi pareja y yo nos miramos. Entonces, ella le dijo al conductor:
– Queríamos saber la hora aproximada de salida, hombre, pero muchas gracias por su amabilidad.
Y el conductor, sin dejar de alejarse en dirección al aparcamiento subterráneo que hay al lado de la parada, o al parque que hay en superficie, (ya fuese porque aguas mayores o menores le impelían en esa dirección en el primero de los casos, ya por la necesidad de una dosis de nicotina o aire fresco en el segundo, o por cualesquiera otras circunstancias que concurrieran en ese momento) y sin volverse siquiera le espetó:
– ¿Qué querías que te dijera! ¡Saldremos cuando yo vuelva!
Mientras el grosero se perdía de vista, la señora nos preguntó compungida:
– ¿Le he hablado mal? Creo que le he preguntado con educación…
– El que no conoce el significado de esa palabra es él, señora –le contestamos.
Y tras despedirnos amablemente de ella tomamos nota de los datos del autobús, la hora del incidente y nos dirigimos hacia la parada en la que el día anterior habíamos cogido finalmente el bus. Por el camino llamamos a la compañía para preguntar cómo plantear una reclamación y nos informaron de que el horario para llevarlas a cabo era de lunes a viernes, de 8:00 a 14:00 en dos oficinas que tienen en la ciudad. Obviamente, a quienes trabajan en la ciudad ya les resultará difícil plasmar sobre el papel las quejas que tengan sobre el servicio, pero para quienes vamos de paso resulta prácticamente imposible. Por lo pronto, y además de este par de entradas en el blog, tenemos pensado escribir a la prensa local, a Rober y al propio Ayuntamiento de Granada, a quienes se les llena la boca al hablar de movilidad sostenible, de la Agenda 21 Local y del uso de los impuestos en nuevas infraestructuras antes que en prestar verdadera atención al ciudadano y en cuidar y mejorar los servicios existentes.
Por cierto, finalmente cogimos otro autobús, que sale a la misma calle en la que se encuentra la parada donde ocurrieron los acontecimientos que describía más arriba. Desde la distancia vimos el autobús de la línea 1 parado aún en la misma. Eran las 16:28. Si las matemáticas no fallan, o el conductor estaba jugando a “relevos”, esperando a que llegase otro para salir él (algo poco lógico, teniendo en cuenta que no había sido así con él y la poca frecuencia de paso del bus en domingo), o no estaba cumpliendo con su horario. Pero de esto y de su abandono del autobús, dejándolo solo y con las puertas abiertas (¡ay, con contestaciones así, como se encuentre con unos gamberros a ver qué le va a pasar!) mejor que dé explicaciones a su empresa.
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