Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Julio Cortázar, “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj”.
Soy un informático atípico. No es que yo lo quiera así, ni tampoco que deje de hacerlo, pero lo soy. Más que geek me considero, en ocasiones, un nostálgico de la tecnología. De los ordenadores de 8 bits, de un mundo donde las relaciones personales se sobreponían a las limitaciones tecnológicas del momento con ánimo, honestidad y cariño. Considero que los avances tecnológicos (al menos los alcanzados en el sector que me ocupa profesionalmente, el de la informática) se sustentan en la ineficiencia. Hemos avanzado tanto que matamos moscas a cañonazos y, de paso, agotamos toda la pólvora. De esto hablaré algún día a través de un nuevo proyecto que acabo de poner en marcha, de forma paralela a mi remozado Lobosoft, el blog de Informática, sociedad y medio ambiente.
De cualquier modo, de lo que quería hablar hoy es de cómo un artilugio que hace tres lustros era visto únicamente en películas de James Bond y similares pasó a convertirse de elemento útil para ciertas personas a objeto de deseo de la población, elemento indispensable de nuestras vidas y elemento perecedero sujeto a cambios de la moda gracias a una querida (y errónea, a mi parecer) picaresca en su renovación: el teléfono móvil.
Tengo móvil desde hace unos cuantos años; me hice con él cuando buena parte de la gente ya había cambiado alguna vez de modelo para, creía yo, usarlo como apoyo si alguna vez me quedaba tirado en la carretera con el coche o en el monte (donde descubrí después que, por aquel entonces, apenas había cobertura con la compañía con la que operaba en aquel entonces a poco que te salieses de los núcleos urbanos). Después fui viendo como cada vez se imponía más su uso, se abarataban hasta cierto punto los costes de las llamadas y empezaban a pedirte su número en encuestas, solicitudes de trabajo, de estudios… El móvil había llegado a todos los sectores de la sociedad. Y comenzó a ser objeto de cambio en las transacciones con las compañías telefónicas dentro de la guerra por tener más usuarios. “Me quedo contigo si me das tal móvil a menor precio”; “Sí, he solicitado la ‘portabilidad’ de número, pero no me voy si me das gratis aquel móvil”; “Señor, le informamos de que tiene tropecientos mil puntos gracias a los cuales podrá conseguir cualquier móvil de nuestro catálogo a bajo precio”; “Señora, aproveche ahora la oferta de móviles: le ofrecemos este modelo gratis por 1000 puntos y su permanencia en nuestra compañía durante un año más”.
Suelo dejarme el móvil olvidado en casa, a veces no lo enciendo durante días, no le presto la menor atención a menos que espere alguna llamada o sepa que pueden llamarme por alguna urgencia. Tal vez por eso me molesta encontrarme con varios mensajes publicitarios de la compañía a la que pago religiosamente cada mes por sus servicios diciéndome que puedo cambiar cada año gratis de móvil. Que es su compromiso hacia mí, como cliente. También es posible que acoja con cierto grado de desidia las noticias de los conocidos que me comunican, algunos con ilusión, otros con mirada pícara y aire de suficiencia, que han conseguido un modelo de móvil ultramoderno simplemente solicitando un cambio de compañía, esperando la llamada de la propia y haciéndose de rogar. Que nada de malo tendría, por otro lado, si necesitasen el teléfono (se les ha averiado o no funciona bien por algún motivo y, al fin y al cabo, las empresas también hacen su buen agosto a costa de las tarifas que aplican y de engaños de todo tipo al consumidor), pero que me indigna si ese cambio se produce cada seis meses, o cada año, o cuando sale un modelo nuevo al mercado que nos tienta con sus sonido envolvente y su capacidad de conexión a redes inalámbricas. Entonces pienso en el coltán necesario para fabricar esos móviles, en el sufrimiento que hay detrás del mismo, en lo innecesario de tantas de nuestras “necesidades”.
Si atendemos a la definición de Economía dada por algunos autores, “la economía es la ciencia que se encarga del estudio de la satisfacción de las necesidades humanas mediante bienes que, siendo escasos, tienen usos alternativos entre los cuales hay que optar”, según definición de Lionel Robbins, y para Engels “la economía política es la ciencia que estudia las leyes que rigen la producción, la distribución, la circulación y el consumo de los bienes materiales que satisfacen necesidades humanas”. Es posible la elección, sí, pero ¿cuáles son las necesidades? ¿Las básicas para la subsistencia o se incluye también ahí el mero capricho? ¿Dónde se impone marcar un límite cuando estas necesidades son siempre crecientes? ¿Cuando para muchos no es posible esta elección y no ven cubiertas las más mínimas con alguna garantía? No siempre más es mejor, ni lo más novedoso tiene porqué satisfacernos realmente. Y lo material, los artículos de consumo, siendo necesarios en muchos casos, no pueden (ni deben) sustituir a los valores morales o aquellos otros, intangibles, que nos hacen ser verdaderamente humanos.
Por todo eso, y aunque realmente no soy nadie para decirle a cualquier otra persona lo que debe (o más bien, lo que debería de) hacer, lo cierto es que me gustaría pedir que se actuase con cordura, que ya no solo con la telefonía móvil sino con cualquier objeto de consumo: que seamos consumidores y no consumistas. Todos tenemos nuestros pequeños caprichos y no se trata de vivir en completa austeridad pero sí que se hace cada día más necesario ser coherentes con las limitaciones que nos impone el planeta en que vivimos y con el dolor ajeno que, al fin y al cabo, es el que paga los excesos de un conjunto ínfimo del total de la Humanidad.
Por último, a mi actual compañía le he escrito solicitando información sobre si es posible que el importe de ese “móvil gratis que se comprometen a permitirme cambiar cada año” pueda dedicarse a algún fin humanitario, ya que en mi caso no cambio de teléfono a menos que se haya roto el que uso en cada momento. Si se dignan a contestarme os haré saber su respuesta.
Me ha encantado tu post. Lo comparto 100%.
Yo tengo móvil desde hace 4 años, antes me negué a usarlo, más bien por no tener otra cosa de la que preocuparme. No lo había necesitado en la vida, pensaba que era una comodidad. Y un día me decidí a llevarlo encima por si me tenían que dar noticias de mi padre, que estaba muy enfermo por aquel entonces, y no me pillaban en casa o en el trabajo. Ya desde esa vez no lo he dejado, pero si no llega a ser por éso creo que aún hoy en día no tendría.
El reloj me lo quité de la muñeca porque andaba obsesionada mirando la hora todo el día, llegué a coger manía a esas «agujitas» pesadas que me decían todo el rato lo que tenía que hacer. Así que Cortazar está muy acertado.
En fin, que soy como tú, no veo necesario eso de comprarme un móvil de última generación. Pero esta bola del consumismo va a tal velocidad que nos va engullendo casi sin darnos cuenta, por suerte unos nos damos más cuenta que otros, pero aún así creo que no me salvo.
Saludos Trota!
Muy buenas, Miazuldemar.
Me alegra que te gustase la entrada y, sobre todo, ver que la compartes hasta el final. Qué duda cabe de que todos tenemos nuestros pequeños caprichos, pero me da la impresión de que hoy día no se puede esperar, hay que consumir de inmediato, la compra a crédito se impone a la «pos-ahorro» y así hemos llegado donde hemos llegado.
Con el reloj me ocurre lo que a ti: no lo llevo nunca porque, trabajando con ordenadores, siempre tienes uno a la vista. Es más, si vas en transporte público sueles tener alguno en las paradas de bus, en los andenes de metro o cercanías y en el coche o en la casa hay más. En el campo suelo guiarme aproximadamente por el sol salvo que la salida sea más «seria» y esté efectivamente realizando algún tipo de censo o medida donde se requiera una mayor precisión.
Lo que está claro, por lo que dices, es que ninguno nos salvamos del todo. Creo, de todas formas, que tampoco se trata de vivir en el más completo ascetismo pero sí de controlar el consum(ism)o.
Un besote.
Vaya visión la de Julio, ser víctimas del tiempo enlatado. Lo siento, pero necesito el reloj para apuntar el horario de las observaciones. Pero os prometo que, aunque sea mejor que el vuestro, no os lo pasaré por los morros. Lo juro. Del móvil que os voy a decir, lo odio y estoy plenamente convencido de que le doy la utilidad necesaria que es la mínima asumible; simplemente llevarlo encendido. Cuando sale una novedad de las de puntos “las buitres de mis hijas, Grruugg”, me evitan la tentación de innovar.
Saludos.
Javier, la visión de Julio era acertada, sin duda, además de muy poética. Me encantan sus Historias de cronopios y famas, donde se encuentran esos «Manuales de instrucciones».
En lo del reloj (jajaja, ya te vale, así que mejor que los nuestros, ¿eh? :D) coincido contigo cuando se está trabajando en el campo y hay que medir el tiempo adecuadamente. Por lo demás, y como le decía a Mamen un poco más arriba, no suelo llevarlo más que en esos momentos.
Un abrazote.
¿tu crees que te contestarán? 😦
La verdad es que con el móvil no tengo el problema de «necesitar» uno cada poco, porque tampoco le hago mucho caso (hoy me lo dejo en casa olvidado y es el único día que tengo 3 llamadas al llegar, en fin). Pero seguro que soy consumista con otras cosas: por ejemplo cuando cambié de ordenador me compré uno guay (mi maaaaccccc) en lugar de uno económico, o mi ipod cuando tenía ya un mp3 pero que no me gustaba tanto como el ipod.
Me pasa con unas cosas y con otras no. El móvil tiene unos 3 o 4 años (ni lo sé), pero me lo regalaron cuando se me rompió el que tenía (te puedes creer que cuando me atropelló el coche, el móvil sale volando y no le pasa nada, y un día se me cae desde la cama al suelo y la pantalla se rompe del todo???).
En fin, que del móvil te diría «noooooo si yo no lo miro ni tengo tres mil guardados y que todavía funcionan porque me cambio cada dos meses», pero si el post fuera de otra cosa, igual me sacabas los colores…
Isi, contestar sí que contestaron, con una redacción pésima y dándome una «solución» que yo había descartado en mi correo consulta (esto es: no me vale que me digan que lo pida y luego lo regale porque lo que no quiero es consumir sino que ese «beneficio» que me dan por mi permanencia lo destinen a fines sociales). Precisamente entraba por aquí para contestaros y dar constancia de la respuesta. Aquí va:
Estimado cliente:
En respuesta a su email:
Indicarle que usted puede canjear el terminal y regalarlo si desea, lo que ocurre es que la permanencia se le asocia a su numero de telefono.
Disculpe las molestias, ocasionadas
Sin otro particular, reciba un cordial saludo.
En fin, lo que era de esperar.
Sobre lo que nos cuentas, es lo que decía más arriba: que todos nos dejamos llevar en parte por nuestros deseos y gustos. Personalmente no me decantaría por un Apple (aunque me encanta su diseño y alguna vez acaricié la posibilidad de un Mac Mini) porque sé que después me arrepentiría. Son geniales, sí, y tienen su espacio vital (especialmente el diseño) pero ni son lo que necesito ni estoy de acuerdo con su filosofía de sistema cerrado (aunque esto sería tema en el que abundar en otro momento).
Sin embargo, Azote, por ejemplo, tiene un iPod porque es lo que cumplía con sus «necesidades» musicales (es una melómana empedernida), sin embargo yo estoy con un MP3 de 1 GB bastante cascado pero del que no pienso deshacerme hasta que muera del todo (y mira que le tengo echado el ojo a uno que reproduce OGG y, por tanto, no está tan atado a licencias y pagos como es el del MP3).
Pero nadie se libra. Mi máximo pecado son los libros, lo admito, y me hago con ellos a pesar del Papyre y de las bibliotecas públicas, aunque algún día les daré otro destino. Ah, y una PDA con la que me hice años atrás con la idea de desarrollar programas para ella y que ha terminado siendo un pequeño organizador, un lector de RSS (y de libros-e antes de que llegase el Papyre) y, sobre todo, mi cine particular: es donde veo casi todas las películas o series (raro que es uno, jeje).
¡Un besote grande!
[…] que está diseñada por parte del fabricante para disminuir la duración de los productos) y de percepción de obsolescencia por parte del consumidor, que ante un artículo novedoso desecha aquel que posee y que sigue estando completamente […]