Recordar a Félix es acordarme de la infancia, de los primeros años siguiendo al maestro. No recorrí el camino solo sino, por contra, con la mejor compañía posible. Creo que pocas personas me conocen y saben de mi pasión por la naturaleza como Sergio, mi amigo de tantos años y tantas vivencias. Ni el tiempo ni la distancia han podido, ni podrán acaso, minar la profunda amistad que nos une. Por eso, no podía dejar pasar en esos días la oportunidad de que nos regalara algunas palabras en torno a la figura de Félix y lo que supuso para él seguirle. Os dejo con Sergio, que nos cuenta que…
Cuando me planteo en soledad por qué me hice biólogo, recorriendo mentalmente el camino que me ha conducido a esta profesión, invariablemente comienzo evocando la imagen de un gran sol rojo saliendo de detrás de una encina. Esa imagen la tengo muy grabada en lo más profundo de mis recuerdos. Y esa imagen que evoca mi mente, aparece indisociablemente con un fondo de música instrumental, muy basada en la percusión, que me pone la piel de gallina, que me llena de recuerdos vivísimos, sobre todo en compañía de mi mejor amigo de la escuela (¡aquella E.G.B.!) con el cual compartía (y comparto) mi primera y más arraigada afición que jamás he tenido, y que ha conducido profesionalmente mi vida. Si empiezo a indagar más en los recuerdos, tengo que reconocer que también los primeros libros que ojeé, sentado a horcajadas en el sofá del salón de la entonces casa familiar, eran tomos de una enciclopedia, con cubiertas marrones y con un animal grabado en bajo relieve, y que me aseguraban penetrar en un mundo fascinante de criaturas extrañas y paisajes idílicos alrededor del planeta Tierra. Recuerdo que acariciaba al animal grabado en la portada, contorneando su silueta con las yemas de mis dedos, y para cada tomo un animal distinto, como para grabarme su figura con el tacto y poder identificar a esa especie, en las circunstancias que fueran, desde aquellos días hasta hoy mismo. Casi se puede decir que aprendí a leer con los pies de foto de aquellos entrañables libros. Esos libros, que guardo como tesoro, son los tomos de la enciclopedia FAUNA.
Y es que para mí, como para muchos niños de aquellas generaciones, la obra de Félix Rodríguez de la Fuente tuvo una fuerte influencia en mi vida. Recuerdo perfectamente que el sólo sonido de aquella música con la que se introducían los capítulos televisivos del “Hombre y la Tierra” me hacían dejar lo que tuviera entre manos para sentarme delante del televisor con la finalidad de no perder ni un ínfimo detalle de todas las imágenes y todas las palabras que me conducían al maravilloso mundo de la naturaleza ibérica. Acompañados de la voz de Félix, vimos jugar a los lirones caretos dentro de troncos de árboles caídos; atendimos a la historia increíble del gran macho montés que, rendido de su última batalla, recordaba toda su vida mientras esperaba la inevitable muerte en fauces de los lobos; conocimos Doñana en sus cuatro estaciones del año; observamos los lances de los halcones peregrinos en las estepas castellanas; nos hicimos amigos de Taiga, el azor; aprendimos los secretos del bosque; lloramos la muerte de las camadas de lobos en manos de cazadores; admiramos los paisajes de Cazorla, el cañón del río Lobos, las Tablas de Daimiel o el refugio de rapaces de Montejo de la Sierra; descubrimos el sigilo del lince (príncipe del bosque), las aventuras del señor raposo, a los piratas de la espesura, la soberbia del Gran Duque, y a un sinfín de pobladores de los montes y bosques de nuestra tierra.
El pasado domingo 14 de febrero, de este 2010, se cumplieron los 30 años del fatídico día en que la vida lo abandonó. Un accidente de avioneta en Shaktoolik (Alaska) mientras filmaba la “Iditarod Trail Sled Dog Race” (la carrera de trineos tirados por perros más dura del mundo) nos arrebató a un genio de la oración y de la divulgación de la naturaleza, a un enorme naturalista con aires científicos muy entusiasmado por el comportamiento animal, por la diversidad natural y admiró profundamente a unos seres con los cuales siempre se identificó y de los cuales siempre se acompañó. Murió el día de su cumpleaños, como cerrando un ciclo perfecto en la temporalidad en que medimos el transcurso de la vida. Justo 52 años. Y con él murieron también el cámara Teodoro Roa, el ayudante Alberto Mariano Huéscar y el piloto Warren Dobson; todos grandes profesionales a los que también dedico un recuerdo de su fantástica labor como participantes en el equipo de filmación en Alaska. No hubo supervivientes.
Ese 14 de marzo de hace 30 años, los habitantes de los bosques caducifolios, de la taiga y de las selvas tropicales; de los ríos, desiertos, sabanas y estepas; de las montañas, los hielos y el matorral mediterráneo, lloraron la pérdida de un amigo, de un compañero que luchó contra viento y marea por su protección a pesar de que corrían tiempos difíciles para la fauna y flora. Porque hasta la aparición de Félix, tanto la capacidad de destrucción del hombre como la secular consideración de que los otros habitantes de este planeta eran seres inferiores, como objetos para uso y disfrute del ser humano, estuvieron a punto de extinguir numerosas especies, hasta el punto de que muchas de ellas no existirían hoy día. Se opuso duramente a la ley de alimañas que daba la luz de salida al exterminio de los depredadores (y con ellos, probablemente, al colapso de los ecosistemas). Luchó contra la persecución de lobos, osos, águilas y linces, que han sido nuestros vecinos desde la prehistoria. Se alió con las encinas y robles que componen los bosques ibéricos para que no fueran transformados en “tristes y utilitarios regadíos”. Como por arte de magia, transformó el corazón de las gentes, la visión del pueblo hacia una naturaleza infravalorada, hasta conseguir la protección legal de especies y ecosistemas que años antes hubiera sido imposible concebir como protegidos.
Félix Samuel Rodríguez de la Fuente, el amigo Félix, el verdadero amigo de los animales, fue un gran orador. De eso no cabe duda. Tanto su voz penetrante como su rico léxico dejaba embelesado a todos los oyentes, pero siempre en el idioma de la gente sencilla, de la gente llana, de la gente que colmaba los pueblos de entonces. Tenía mucho poder explicativo y de convencimiento. Esa era su herramienta de trabajo. Fue capaz de hacer comprender la necesidad de naturaleza que tenemos las sociedades humanas, haciendo participe al propio ser humano como elemento del ecosistema, argumento que era infalible hasta para el más citadino de los hombres: el hombre era una especie más de la red de lo vivo. Y eso siempre lo tuvo muy claro, pues fue un gran admirador de las culturas ancestrales con las que tuvo la dicha de interaccionar en sus viajes a África, Sudamérica o la misma Alaska; y supo visualizar qué tan perfectamente funciona la biosfera cuando el hombre no reniega de su papel como especie integrada a un ecosistema.
Además, fue muy innovador en su obra, tanto en la fílmica como en la escrita. La serie de fascículos de Fauna, de la editorial Salvat, fue la primera obra de fauna ordenada según las grandes regiones biogeográficas en las que se divide el mundo, permitiéndonos así una amplia visión en conjunto de las comunidades faunísticas y su interrelación, de los ecosistemas donde desarrollan sus actividades, de las adaptaciones que les permiten sobrevivir y de la evolución como respuesta a las condiciones de clima y geografía. Nos mostró las especies que coexisten en un mismo lugar y cómo se relacionan entre ellas; hecho este que repitió en sus filmaciones dando la que fue, probablemente, la serie española de documentales de fauna más espectacular de las realizadas hasta la fecha, y en mi opinión, no igualada: «El Hombre y la Tierra». Nos enseñó a amar la naturaleza bajo la premisa de comprenderla; porque sólo comprendiéndola podía ser amada.
Aunque la divulgación de la naturaleza mediante sus obras escritas y sus documentales fueron los que lo lanzaron a la fama internacional, Félix fue conocido también como un gran cetrero entre aquellos que comparten esta actividad. Hizo una verdadera investigación sobre el arte de la caza con aves rapaces, desempolvando libros medievales como El libro de la caza de las aves de D. Pero López de Ayala, o El libro de la caça de D. Juan Manuel. Escribió numerosos artículos en revistas y periódicos sobre este arte milenario culminando con su famoso libro El arte de la cetrería que es hoy día imprescindible para aprender cetrería en casi todo el mundo. Y, seguramente, si se tuviera que nombrar al mejor cetrero de Europa del siglo XX, todos los que comparten esta afición no dudarían en nombrar a Félix Rodríguez de la Fuente. Hizo volar desde su puño halcones, águilas, azores y gavilanes de todo tipo. Apasionado del vuelo de estas magníficas aves, disfrutaba de las piruetas de aquellos halcones baharíes en sus queridas estepas castellanas, muchos de los cuales fueron protagonistas en sus documentales.
En resumen, Félix era un genio. Un genio de la divulgación, un genio de la pasión por la naturaleza. Pero sobre todo, fue un genio por inculcar a tantos de nosotros el amor a la naturaleza, sabiendo lo importante que es, precisamente, porque nosotros mismos somos parte de ella. Amor que había desaparecido en los hombres hace muchos años en este mundo industrializado y que, gracias a una persona como él, conseguimos de nuevo adquirir. Muchos de nosotros, que veíamos sus documentales, que leíamos sus libros y sus artículos en periódicos, que escuchábamos sus charlas, sus intervenciones en la radio, en televisión, etc., lloramos amargamente aquél día. La noticia de la muerte de Félix fue un jarro de agua fría. Fue una pérdida similar a la de un familiar, a la de un amigo empeñado en hacernos acompañarlo todos los días al campo, para enseñarnos lo maravilloso que es nuestro mundo. Hace 30 años murió Félix, dejando el mundo mejor que lo encontró, y dejándonos un legado de conservacionismo que aún pesa mucho entre nosotros. No podemos ni debemos olvidar eso. Al menos yo no lo olvido. Aún cuando me pregunto quién soy, a qué me dedico, sigo escuchando esa música… sigo viendo el sol rojo saliendo detrás de la encina.
Sergio de Haro Guijarro
Confieso que me he emocionado muchísimo leyendo las palabras de Sergio. Tiernas, entrañables, emotivas, sinceras y cargadas de razón…
Todos los que vivimos la EGB con nuestro bocatas de Nocilla y sólo un par de cadenas de televisión, ansíabamos tanto que llegara el momento de ver el programa y dejarnos conducir por la voz de aquel hombre..
Este domingo, he visto unos lobos y en seguida me recordaron irremediablemente a Felix. Fue entonces cuando pensé que era hermoso ser consciente de que la primera vez que veía a los lobos coincidía con la fecha de su fallecimiento. Puede parecer una tontería. Pero para mí fue una especie de instante mágico y bello homenaje.
Un saludo
Jejeje, Silvia, qué tiempos aquellos, ¿verdad? Estos días en los que hemos aprovechado para recordar la figura de Félix, siempre presente, de hecho, pero especialmente visible durante este año, no tenemos más que palabras de elogio y agradecimiento por su labor. Porque no permitió que el canto del lobo dejase de oírse por las noches en este país en ocasiones (permitidme la expresión) tan bastardo, porque contribuyó a proteger (aunque estos últimos años no haya servido de mucho frente a la depredación de labradores) las Tablas de Daimiel y, porque aunque alcanzó muchos logros creo que ninguno fue tan importante como concienciar a todo un país, y especialmente a los niños, de la necesidad de sentir como propia la naturaleza y protegerla.
Respecto a tu experiencia, contemplando los lobos por vez primera este domingo, en ese día tan especial… Qué decirte sino que has conseguido que me estremezca. Es un hermosísimo homenaje a esta persona tan querida y que tanto nos aportó.
Un saludo, y gracias por compartir con nosotros también lo hermoso de la experiencia.
Tu amigo Sergio me ha puesto la piel de gallina.
F
Fulgida, a mí me dejó con la lagrimilla asomando y pensando qué contaba yo ahora sobre Félix cuando nuestros caminos han sido a la vez tan similares y diferentes a un tiempo… En unos días espero publicar algo a ese respecto. 😉
Un abrazo.
[…] unos días preguntaba a Alberto, otro gran amigo, y a Sergio por sus recuerdos sobre Félix, al que pretendía homenajear humildemente desde este blog. Quedaba […]
Hola, Trotalomas. Cuánto tiempo. Viendo el correo he visto esta entrada y me ha emocionado. Me he visto reflejado totalmente en lo que ha escrito tu amigo Sergio. Muy buen homenaje y post. Gracias por el recuerdo de tantas cosas vividas gracias a Félix.
Un saludo
Muy buenas, Joselez. ¿Qué tal todo?
Me alegra tenerte por aquí nuevamente y saber que sigues en activo. Hace ya mucho que no veo cosillas nuevas en tu blog, aunque espero que el parón sea temporal.
La verdad es que sí, sobre lo que comentas, Félix fue (y sigue siendo) un referente para muchos de nosotros que intentamos dedicar, en la medida de lo posible, nuestra vida a preservar esta naturaleza maravillosa que tanto necesita, por mor de la ambición humana, de protección.
Un abrazo.