No hace mucho, mi alter ego Homo libris hablaba en el blog de Lammermoor sobre las continuas mudanzas que había sufrido (sí, en propias carnes) durante los últimos años. Esta vida de emigrante que no envidiarían ni los pueblos nómadas se ha mostrado dadivosa en situaciones peculiares. Entre ellas, hay una que ha quedado grabada a fuego en mi memoria, aunque tal vez sería más adecuado adjudicarle el más líquido de los elementos a la hora de conformar esta locución verbal, como si hubiera sido la erosión de un rítmico, marcado y paciente oleaje el que hubiese moldeado los recuerdos. Algo así, en efecto, como lo que no hace mucho os contaba acerca de la preciosa Cueva del Tesoro. Pero vayamos al grano.
Lo primero que tengo que deciros es que, si una vez vais a alquilar una vivienda y el arrendatario se llama Eduardo Mendoza (y no es el escritor, en este caso simplemente pedidle un autógrafo), no os fiéis. Puede que os encontréis ante un ejemplar de Homo chapucirratensis, una mutación perdida del Homo habilis de la que nos quedan algunos indicios de la industria lítica que desarrolló, basada fundamentalmente en la fabricación de percutores que dieron en llamar machotas. No conoció esta especie afán de especialización alguno, sino que gracias a su oportunismo ocupó un nicho ecológico realmente amplio. Tan efectiva fue su adaptabilidad al medio que hoy día aún es posible encontrarles entre nosotros. Su aspecto, realmente similar al del humano moderno, impide que puedan ser reconocidos a primera vista. Sin embargo, tarde o temprano terminan por delatarse, bien sea por sus palabras o, en el peor de los casos, por sus actos, que pueden provocar daños de índole diversa en nuestros hogares y que suelen venir acompañados por la solicitud de unos emolumentos inversamente proporcionales al dinero invertido en la adquisición de materiales, cantidad que suele ser escasa cuando no realmente ridícula. Algunos de los Homo chapucirratensis más conocidos son Pepe Gotera y Otilio, Manolo y Benito o el ya citado Eduardo Mendoza.
Como ya supondréis, esta historia va de una vivienda, de un alquiler y un Mendoza que no es ni el autor de Sin noticias de Gurb ni el ex presidente del Real Madrid, pero lo que jamás podríais imaginar son los singulares infortunios que en aquella acaecieron, ni el trágico desenlace que desembocó en nuestra marcha del lugar. Pero eso estoy aquí, claro está, para narrarlo sucintamente y desvelaros el origen del nombre que, a mucha honra, preside esta bitácora.
Nos mudamos a Málaga por motivos laborales y, debido a la urgencia del traslado, miramos unas pocas viviendas, la que nos ocupa no nos disgustó y nos la quedamos. Inicialmente todo fue bien, aunque tuvimos que tolerar los ruidos de un par de obras menores que el propietario decidió emprender en la vivienda justo tras ocuparla nosotros. Los problemas comenzaron cuando los vecinos de la casa de abajo, una pareja de ancianos, comenzaron a quejarse por las manchas que la humedad dejaba en su cocina, y cuyo origen parecía estar en nuestro cuarto de baño, ubicado justo encima de la misma. Hablando con ellos, descubrimos con consternación que llevaban esperando casi un año para que el seguro de nuestro casero arreglase el techo del comedor, que también se había visto afectado en el pasado por las fugas de agua de alguna tubería. Vamos, que no estábamos ante ninguna novedad y que el amigo Mendoza había estado dando largas a nuestros vecinos durante once meses. Poco podíamos hacer más que exigir la reparación de una avería que, según nuestro Homo chapucirratensis y los informes de su compañía aseguradora, tenía su origen en el inodoro. Las reparaciones infructuosas se fueron sucediendo semana a semana, y si la memoria no me falla pudieron alcanzar las ocho intervenciones. Entretanto, mi pareja y yo habíamos comentado al casero y a los sucesivos operarios que vinieron a la casa que bajo el plato de ducha se oía un sospechoso ruido acuoso tras ducharnos pero, claro está, éramos jóvenes e inexpertos: ¡qué íbamos a saber de un tema tan complejo y apasionante como es el de la fontanería doméstica! Así siguieron las cosas hasta que, llegada la época estival, los vecinos volvieron a insistirle en la reparación, impensablemente él accedió y se dispuso a cambiar la ducha y las tuberías. Por supuesto, la fecha elegida por él fue la de mis vacaciones, así que me negué a que se realizara en ese momento. Esta decisión me costó hacérsela entender a él y a los vecinos pero, como tal y como les dije, si iba a estar en casa y cortaba el paso de agua, no debería haber problema. A esas alturas, y a la vista de los hechos, me negaba rotundamente a dejar la vivienda a la libre disposición del arrendador. Al fin, tras debatirlo, decidieron aplazar una semana la reparación y así se hizo.
Tras esto, ese dechado de virtudes que era nuestro casero procedió a arreglar el baño y todo fue bien hasta que un mes después la vecina de la casa de al lado llegó corriendo a casa diciéndonos que se le había inundado al ducharnos. En efecto, el agua salía a borbotones por el rodapié, y llamé urgentemente al propietario de la casa para que pasara a verlo. El buen hombre andaba almorzando con unos amigos y me aseguró que vendría por casa durante la tarde. La tarde pasó, llegó el día siguiente, domingo, y tampoco apareció. Le llamé y, tras insistir en numerosas ocasiones, finalmente respondió al teléfono, terminó por pasarse y nos dijo que iba a mirar lo de la reparación y nos avisaría.
Ahora viene lo bueno, señoras y señores. Al día siguiente le llamé (obvia decir que él no tenía pensado hacerlo), y me comentó que el seguro no se hacía cargo (la nueva ducha la había instalado él mismo), y que iba a arreglarlo por su cuenta. La solución no me hizo mucha ilusión, como comprenderéis, pero de momento tragué con ella. Esa misma tarde, hablándolo con los vecinos (a estas alturas de la historia habíamos terminado por hacer un frente común ante la desgracia de conocer a semejante individuo), el hombre mayor dijo algo que pasó a la historia: “¿Ese? ¿Que va a arreglarlo ese? Ese lo que va a hacer es buscar a otro trotalomas como él, que cree saber mucho y no sabe de nada, y volverán a hacer una chapuza”. La expresión me encantó, por su sonoridad, por sumarse a una larga lista de trotamundos y trotaconventos de posibilidades infinitas, y con una carcajada la hice mía.
Parece que mi buen vecino lo tenía bien calado. El trotalomas en cuestión trajo los materiales para la obra y me informó de que iba a arreglarlo con un primo suyo (el otro trotalomas) que sólo tenía los fines de semana libres. Es decir, que pretendía levantar todo el cuarto de baño, revisar las tuberías y repararlo trabajando un par de mañanas a la semana. Pero no solo eso, sino que, ya puestos a hacer obra, pensaba cambiar los azulejos y la grifería. Le echaba al asunto, así por encima, más de mes y medio. Aquí mi paciencia, que suele rivalizar con la del santo Job, dijo que había tocado fondo. Se lo hice saber y le exigí alternativas. Llevábamos varios días acudiendo a la casa “suegril”, situada a 50 kilómetros de nada, para poder ducharnos, y una situación como esta, con todo el cuarto de baño inhabilitado durante semanas, era insostenible. ¿Su respuesta? Que no podía (o quería, entiéndanlo como quieran) hacerlo de otro modo. ¿La nuestra? Que nos marchábamos.
Y así lo hicimos, notificando el motivo, llegando a un acuerdo que nos costó el dinero por diversas manifestaciones más de racanería y mala sangre, aunque no entraré ahora en ello. Aún me acuerdo y me enciendo.
Me quedo con lo bueno de todo esto: con un nombre original y sonoro que quise dotar de un significado más positivo que el dado por el buenazo de mi vecino, con un cobayo adoptado algo después que lleva ese nombre con mucha honra (aunque le llamamos por el diminutivo familiar de Trotty) y, por último, con un blog que representa las andanzas (hasta ahora fundamentalmente campechanas y naturalistas) de este, vuestro seguro servidor, que espera contar por mucho tiempo con vuestra buena disposición e interés.
Me ha gustado mucho, y me he reído un montón 😀
¡Menudo chapucero!
Muy buenas, Isi.
Jejeje, si visto desde la distancia parece hasta divertido, pero no veas en el momento la crisis de ansiedad que nos produjo la impotencia de tratar con un garrulo de tal envergadura. :S
En fin, por suerte tanto el casero que tuvimos después como este último han compensado todo lo malo que este individuo nos hizo pasar. ¡Y esperemos que dure!
Un abrazo.
Aunque leí la entrada ayer, no pude comentar hasta ahora. No conocía ese significado de la palabra trotalomas. ¡Menudo caradura! No me extraña que cogierais los bártulos y os marchaseis; peor lo tenían los vecinos.
Ah, y todo un placer verme citada aquí.
Bueno, yo no he podido responder hasta hoy, jeje. La palabra me gustó tanto por su sonoridad que pensé que tendría que darle un significado más positivo que el que parece que usan los lugareños, y en eso ando, jeje.
¡Un abrazo!
Buenas!, desde luego menuda historia que tiene el nombre. Obviamente, la segunda acepción del mismo es la que mejor te define.
Individuos de estos los hay a patadas, con lo que resulta claro que, como dices, su adaptación al medio ha sido magnífica.
Y no me extraña que te enciendas, si me pasa a mi….
Un abrazo, y buen finde!
Muy buenas, Roberto.
Sí, el nombrecito tiene historia, y yo intento que se me pueda aplicar esa segunda acepción… ¡Mal iría la cosa si me defino o definen según la primera, jejeje!
Por desgracia, tal y como dices, este tipo de individuos abundan en demasía… Habría que crear un detector para evitar su presencia.
Un abrazo.
En estos casos tan peliagudos, echo de menos la clásica afinidad del; cada oveja con su pareja. De este modo, podrían coincidir los indeseables morosos con los chapuceros de la “Santa Pela”.
Trotalomas, no te mudes más que me pilla muy lejos para echarte un cable.
¡Dios que país!
Saludos.
Jajaja, tranquilo, Javier, que de momento no me mudo, aunque si lo hago os avisaré por si tengo que lanzaros un mensaje de ayuda… ¡Qué peligro!
Saludos.
Qué bueno, me he reído un montón.
Por cierto, creo que te he otorgado en mi contestación a tu comentario en mi blog una carrera que no tenías por cuestiones de la vida, pero que hubieras hecho en otras circunstancias. I’m very sorry porque no había leído bien el post. De todas formas, para mí es como si lo fueras, porque tus posts son muy completos, a la par que interesantes y a veces divertidos, y sabes mucho; ganas de aprender, es lo mejor que tenemos por aquí…
Me gusta mucho tu estilo, eres un buen contador de historias, me pasaré a menudo y te seguiré leyendo, porque vale la pena.
Saludos
Calla, calla, Joselez, que yo me río a toro pasado, como suele decirse, pero en el momento me iba a dar algo.
Jajajaja, ya, ya vi anoche esa contestación y, en efecto, me titulas como biólogo (ojalá). En cualquier caso, no tienes que sentir nada; por contra, me honra por el tratamiento. En fin, estoy intentando poner remedio a eso, y este año he comenzado a estudiar Ciencias Ambientales (que me consta que no es lo mismo, pero es lo que puedo hacer para compaginarlo con el trabajo, y la verdad es que también tiene muchos temas interesantes que aprender, jeje).
Muchas gracias por cuanto me dices. Por supuesto, seguimos leyéndonos y aprendiendo, ya que tu blog me encantó (empecé por la entrada de las guías de aves y el maravilloso encuentro con su autor, y no pude dejar de leer las demás :)).
Un abrazo.
[…] problemas con la instalación del cuarto de baño y la dejadez del casero, tuvimos que mudarnos. De aquellas peripecias ya di cumplida cuenta en su día en la pertinente entrada. En ella contaba cómo Salvador, el hombre mayor que vivía debajo de nuestra casa y que había […]
[…] en la capital para recoger al pequeño Trotty (Pisoni, en aquel momento, pero de su nuevo nombre ya os conté algo en el blog). Efectivamente, @mclasartec, a la que estáis tardando en seguir en Twitter si no lo hacéis ya, y […]