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Archive for noviembre 2013

Hace 97 años, Jack London, que había conocido la fama y el éxito partiendo de la nada, fallecía en unas circunstancias que a día de hoy no han permitido saber si se suicidó o no.

London1905

Posiblemente sea uno de los autores que más me influyó en mi infancia y adolescencia, recorriendo con sus héroes los desiertos helados donde los lobos apenas pueden sobrevivir a los crudos inviernos. Hago referencia a él en el blog porque justamente me encuentra este día leyendo una de las obras a la que no me acerqué años atrás, El lobo de mar. En ella conoceremos a uno de los personajes más carismáticos que creó el autor, Lobo Larsen (Wolf Larsen).  Os dejo con él, barruntando mi regreso.

—Usted posee todas las cualidades necesarias para ser bueno —respondió Maud Brewster.
—¿Lo ven? —exclamó a medias irritado—. Sus palabras suenan a hueco. No hay nada claro, penetrante o definido en lo que acaban de decir. No puedo cogerlo con la mano y examinarlo. No es ni siquiera un pensamiento. Es una impresión, un sentimiento, algo basado en una ilusión pero no un producto del intelecto.
A medida que hablaba su voz se fue suavizando y adquirió una nota de intimidad:
—Saben, a veces también me gustaría estar ciego a las realidades de la vida y conocer tan sólo sus fantasías e ilusiones. Son falsas, por supuesto que son falsas, y contrarias a la razón; pero la razón me dice que, por falsas que sean, soñar y vivir de fantasías siempre proporciona más placer. Al fin y al cabo, el placer es el jornal de la vida. Vivir sin placer es un acto inútil. El trabajo de vivir sin ninguna retribución es peor que la muerte. El que más goza vive más, y sus sueños y fantasías son más gratificantes para ustedes que los hechos para mí.
Meneó la cabeza despacio, meditando.
—A veces tengo dudas sobre el valor de la razón. Los sueños tal vez sean más sustanciosos y placenteros. El placer emocional es más intenso y duradero que el intelectual, porque, además, éste se cobra en depresiones. El hastío de los sentidos que sigue al goce emocional se recupera rápidamente. Les envidio; sí, les envidio.
Se detuvo de pronto y sus labios dibujaron una de sus extrañas, inquisitivas sonrisas, al tiempo que añadía:
—Les envidio con la cabeza pero no con el corazón. Mi razón hace que les envidie. La envidia es un producto intelectual. Soy como el hombre sobrio apesadumbrado que ve a unos borrachos y también quisiera estar borracho.
—O como el cuerdo que contempla a unos locos y desea ser uno de ellos —dije riendo.
—Eso es —dijo—. Ustedes son una maldita y arruinada pareja de locos sin hechos en la cartera.
—Pero gastamos con más generosidad que usted —terció Maud Brewster.
—Porque no les cuesta nada.
—La eternidad nos financia —contestó ella.
—Sea cierto o no, es lo mismo. Gastan lo que no tienen y, a cambio, reciben más gastando lo que no tienen que yo gastando lo que he obtenido con gran esfuerzo.
—¿Por qué no cambia entonces el patrón de su sistema monetario? —bromeó la señorita Brewster.
Él la miró, casi esperanzado, y dijo con pesar:
—Demasiado tarde. Quizá me gustase, pero es demasiado tarde. Tengo la cartera repleta de monedas antiguas y es muy obstinada. Ya no podrá haber otra cosa de curso legal para mí.
Dejó de hablar y su mirada ausente se desvió perdiéndose en el plácido mar. La ancestral melancolía se había apoderado de él. Todo su cuerpo se estremecía. La razón le había puesto melancólico y dentro de pocas horas el demonio de la ira se agitaría en su interior. Me acordé de Charley Furuseth; la tristeza de Lobo Larsen era el castigo con el cual el materialista expía su materialismo.

Otro fragmento del libro en Homo libris.

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