Para que algo nos decepcione es necesario que previamente nos haya ilusionado o hecho creer en ello. Un servidor, que aunque realista no deja de ser un romántico, esperaba de la Cumbre del Clima centrada en el cambio climático que estos días ha venido celebrándose en Copenhague algo más que el paripé de una reunión de políticos quienes, en su tira y afloja, apuestan por el desarrollismo de siempre ante el desarrollo equilibrado de sus respectivos países. Vamos, que lo que hemos venido a ver no ha sido más que una triste sombra de las promesas y esperanzas que se habían depositado en dicha cumbre. Cuando parecía que todos estaban de acuerdo en que había que hacer algo para reducir los efectos de los gases invernadero y, en particular, del CO2 sobre la atmósfera y el clima de la Tierra, han primado los intereses económicos sobre los sociales y de respeto al medio natural. Ya no se trata de si el calentamiento global es un verdadero problema causado por el hombre o no (en unos días espero contrastar en esta misma bitácora un par de documentales que tratan este hecho desde perspectivas similares y, sin embargo, enfrentadas), sino de que el hombre está sometiendo al planeta en el que vive (en términos globales podíamos llegar a considerarlo nuestro hábitat) a un desgaste pronunciado e irreversible que, ya no porque pueda llevarnos a nuestra propia extinción, sino porque está arrastrando a la suya a miles de especies, me parece simple y llanamente un ejercicio de irresponsabilidad, egoísmo y cinismo como sólo nosotros, con nuestro antropocentrismo, somos capaces de llevar a cabo.
Ante este panorama, me pregunto con qué fuerza moral pueden ahora pedirnos a la ciudadanía estos políticos –que vuelven con las manos vacías de acuerdos– que llevemos a cabo un ejercicio de responsabilidad con el medio ambiente. Que consumamos menos energía, despilfarremos menos agua o reciclemos adecuadamente los residuos que generamos. Por otra parte, también es cierto que (afortunadamente no toda y, de hecho, cada vez menos) parte de la población no se siente responsable de sus actos, ni se plantea la necesidad de un cambio de modelo hacia otro más solidario que permita no solamente recuperarse a la Tierra de las agresiones a que la sometemos, sino simplemente que otros seres humanos puedan alcanzar un nivel de vida algo mejor. Ni ahora que se acerca la Navidad (la fiesta con las mejores intenciones que hemos creado, pero también la más violada, vilipendiada y pervertida por el feroz consumismo) pensamos en el otro, en el prójimo tan recitado, más que unos segundos. Pobrecillos, sí, pero ellos en su casa y Dios en la de todos.
Así las cosas, me planteo si no seré (seremos, me consta que no soy el único indignado, hastiado, decepcionado) un bicho raro, si “lo normal” no será que nuestro afán devorador nos lleve cada vez más lejos, más alto, “hasta donde ningún hombre ha llegado jamás”. La diferencia estriba en que el capitán Kirk y sus compañeros Spock y McCoy, amén de ser personajes de ficción, ya habían aprendido que más allá de las diferencias en el universo hay lugar para todos, siempre que prime el respecto mutuo y el conocimiento de que nuestros derechos llegan hasta donde empiezan los del otro, no más allá.
Termina con Copenhague otra muestra de que en este siglo XXI aún estamos muy cerca del animal territorial y posesivo que fuimos (y seguimos siendo), que se diferencia de cuantos le rodean en su escasa integración en el entorno, que le lleva a alterarlo en su propio beneficio, so pena del detrimento de aquel.
Para saber más:
Tú lo has dicho Trotalomas, priman los intereses económicos sobre cualquier otro miramiento. Ya sabemos que la economía no es ciencia y que tan sólo es capaz de interpretar lo pasado, nunca de predecir lo futuro. Y sabemos que la política es una ambición de poder marcada por la cortedad de sus plazos.
No conviene tomar medidas extremadamente impopulares, ni extremadamente anticonsumistas. Eso es atentar contra el sistema imperante. ¡Una auténtica revolución!
Somos una especie oprtunista que responde básicamente a lo inmediato…y lo inmediato es mantener las cosas como hasta ahora, más o menos. Y mañana será otro día.
Aquí y ahora lo único que cambia es el clima.
Fº Javier, está claro que el clima o cualquier otra problemática medioambiental, venga o no producida por nuestra causa, no interesará a nadie a menos que haya dinero de por medio (de hecho, ya hablaremos algún día sobre algunas empresas que se suman a la «ola verde» de la energía eólica o solar y de sus ocupaciones financieras y «ladrillescas» anteriores).
Está claro que si viene el cambio, no será de la mano de los grandes dirigentes (que no representantes) de la ciudadanía. Por desgracia (y por eso lo apunto en la entrada), parece que la gente de pie no está (¿estamos?) tampoco por la labor de cambiar el sistema. En fin, en tanto no nos estalle en las manos…
Un saludo.
«Se cuenta en Asia que los cazadores más astutos,conocedores de que nuestro primo el mono comparte con nosotros los rasgos familiares de la codicia y la glotonería, los atrapan poniendo fruta madura en una vasija muy pesada de hierro, con un cuello tan angosto que el mono sólo puede meter dentro la mano abierta. Cuando el mono busca dentro de la vasija y coge la fruta en un puño, se queda atrapado. Aúlla, chilla y agita la vasija. Para liberarse, lo único que le hace falta es soltar la fruta, porque, en caso contrario, los cazadores se lo van a cenar o, va a terminar sus días en un circo.
Moraleja: la codicia esclaviza a los codiciosos.»
Somos el «El mono desnudo» de Desmond Morris. No desistiremos de nuestro ritmo acomodado, ni aún sabiendo que nos puede costar la existencia.
Hace tiempo que esta gente no me decepciona.
Saludos.
En efecto, Javier, la obra de Morris es de lo más esclarecedora a este respecto.
En mi caso, la decepción no viene únicamente por los grandes líderes, de los que es demasiado esperar que se ganen el sueldo y su lugar allí, sino por cómo se ha permitido que este circo mediático haya resultado así.
En fin, crédulo que es uno; gracias por vuestros comentarios.
Pero, ¿realmente esperabas algo de la Cumbre? Aquello, al final, es un simple mercadeo en el que todos los asistentes van a lo suyo. Algunos ingenuos hasta se creen «grandes jefes indios» y sueltan patochadas sobre el viento y cosas así.
La cuestión es que es mucho más importante (y fácil) salvar el sistema económico mundial que plantearse seriamente modificarlo para asegurar un equilibrio duradero.
En el ejemplo relativo a Star Trek que citas, aunque sea de pasada, la «Federación» ha superado el estadio depredador por medio de una serie de principios muy «new age» que, en el fondo, sólo funcionan si se aceptan una serie de cesiones: militarismo, gobierno mundial centralista y homogenizador y eliminación sistemática de cualquier tipo de economía de mercado ajena al Estado. Vamos, que viene a ser un «comunismo idealizado» y almibarado. Pero en nuestra realidad histórica, siempre que se ha optado por la planificación los desastres ecológicos (por no hablar de los humanos) han sido espantosos.
En la actualidad, y no hablo desde un pesimismo antropológico sino desde una mera constatación de la realidad, la Humanidad alberga demasiadas concepciones distintas sobre los objetivos de vivir en sociedad, los modos de interactuar con el medio ambiente y los sacrificios «comunes» dispuestos a asumirse para sobrevivir. Y me temo que ninguna de esas concepciones incluye el «equilibrio perfecto» con la naturaleza, sino la sumisión implacable de la misma.
Astarco, tiene usted más nombres que un servidor, je, je je. 😉
De la Cumbre que nos ocupa, y como he apuntado en los comentarios anteriores, no esperaba demasiado, aunque sí un mínimo avance desde Kioto (que para eso ha pasado tiempo y, según parecía, aumentado la sensibilidad en torno a estos temas). Esperaba del último Nobel de la Paz que se ganase aunque fuera un poquito el premio a las expectativas generadas que parecía haberse «ganado» y de nuestro representante algo más que ese ridículo discurso en el que, como bien dices, quiere arrogarse el título de nuevo jefe indio…
Como dices, es más fácil seguir con la película de siempre, con este sistema económico depredador, que intentar cambiar las cosas. Parece difícil conseguirlo, pero con gente así uno tiene que dar la razón incluso a políticos tan polémicos como Chávez. Cuando dejó la Cumbre afirmando que «si el clima fuera un banco, ya lo habrían salvado los gobiernos ricos», uno no tiene otra opción mas que darle la razón a este respecto. En fin, que Copenhague 2009 ha sido lo que ha sido.
En el caso de la Federación, ciertamente impera ese comunismo interestelar algo almibarado (curioso, ahora que lo pienso, en una serie norteamericana de los años 60, ¿verdad?), nada ideal y muy utópico… y que, sin embargo, parece uno de los pocos caminos que quedan si queremos coexistir sin llegar al punto en que no reconozcamos nuestro entorno. ¿Es acaso mejor un sistema en el que la solidaridad es escasa y el pez grande devora siempre al pequeño?
Con tu última reflexión he de coincidir, mal que me pese, por completo. Y me pesa porque me consta que, degradando nuestro hábitat caminamos hacia nuestra propia extinción.
Un abrazo.
Ayer, escuchando las noticias, encontraba interesante el mensaje que transmitía el periodista Iñaki Gabilondo desde su espacio en televisión. Transcribo el texto que puede encontrarse en el blog de Noticias Cuatro, y que viene a expresar un sentimiento similar hasta ciento punto al que yo intentaba plasmar con la entrada:
En fin Trotalomas; reflexión y cálculo moral para abordar el próximo año con toda nuestra capacidad personal.
Felices trotadas por las lomas más naturales del país, 2010.
Un abrazo.
Javier, como bien dices, la capacidad crítica, de reflexión y autoexigencia son los regalos que pediría para toda la población (incluido yo mismo, por supuesto).
Felices fiestas, que las disfrutes en paz y con la familia, amigos y seres queridos. Que el 2010 nos depare muchas más andanzas y aventuras naturales, por supuesto.
Un abrazo.
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