Desde niño admiré de los científicos su tesón, su capacidad de superación y empeño en llegar a donde ningún otro científico ha llegado jamás, si se me permite parafrasear la conocida expresión de una de las series de culto de la ciencia ficción. Mis héroes fueron Marie Curie y su marido Pierre, que resultaron afectados por la radiación de la pechblenda mientras investigaban el radio como uno de los productos de la degradación del uranio, Darwin, que supo ver, igual que Russel Wallace, las implicaciones de la selección natural en la evolución de las especies, u Oparin, que investigó el origen de la vida sobre la Tierra, entre otros. Fui un niño hasta cierto punto atípico, que creció fascinado por la ciencia y sus esforzados y disciplinados hacedores, y que, sólo unos años después, tuvo que poner los pies en el suelo para “buscarse las habichuelas”, que dirían en mi tierra, y es que la ciencia, por desgracia, estaba y sigue estando mal pagada.
Algunos amigos y conocidos míos trabajan en investigaciones científicas (dentro de los campos de la Física o la Biología), y hasta la fecha su retribución iba en función de los escasos ingresos del departamento o el instituto de investigaciones donde desarrollaran su labor en un determinado momento, lo que quiere decir que venían percibiendo el escaso aporte pecuniario de una beca, o el apenas mileurista sueldo de un científico auxiliar. A raíz de esto, alguno de estos amigos no puede dejar otros trabajos secundarios para llegar a final de mes, y otros han debido dejar España para no vivir una precaria existencia. Y es que los científicos, en este país son los gallegos de las profesiones. Conscientes de que sólo emigrando se puede medrar, muchos de ellos terminan por salir de nuestras fronteras, provocando una preocupante hemorragia intelectual en un país en el que los únicos a los que parecen irle bien las cosas es a los políticos (que cada día nos engañan un poquito más), grandes constructores (a los que la crisis les ha dado un buen repaso, pero ahí siguen), banqueros (que juegan con el dinero de todos y, cuando las cosas van mal, corren a esconderse bajo las faldas de mamá nación) y otros sectores, como el automovilístico, que no deja de pedir ayudas al Gobierno. Porque amigos, cuando las cosas van bien somos los más capitalistas y neoliberales del mundo mundial, pero cuando vienen las vacas flacas, ¡Marx para que os quiero!
Volviendo a la ciencia y a lo mal que de por sí estaba «el negocio», ahora se nos anuncia un importante recorte presupuestario en la partida de I+D para el próximo año. Si ya resulta lamentable que a los sectores más críticos para el bienestar y el desarrollo de un país (educación, investigación y ciencia, sanidad…) se les reduzcan las ayudas, resulta indignante que entretanto se reparta dinero a mansalva entre otros sectores, sin unas directrices, además, que permitan augurar que las medidas que se están tomando sean favorecedoras de una pronta recuperación de la economía. Y es que aunque la macro y la microeconomía sean en esencia distintas, creo que nuestros gobernantes (que cada día que pasa me parecen menos “nuestros representantes”) deberían reflexionar en torno a una máxima: “de donde no hay no se puede sacar”, y esta dilapidación del erario público parece que va camino de convertirse en una verdadera lapidación de la ciudadanía y, ahora también, del saber científico.
Por todo lo expuesto anteriormente, y porque sólo mediante el conocimiento, la innovación y la investigación es posible un crecimiento adecuado de nuestra sociedad, desde este blog me sumo a la afirmación de que
Muy bueno el blog, saludos de otro perdido de la Uned.
Adanes, muchas gracias por el piropo, jeje. A mí también me encantó tu blog (lo vi el otro día con el tema de la UNED y la naturaleza), y aún estoy dándole vueltas al nombre de la florecilla, porque saberlo lo sabía (en mi querida Dehesilla, ya os hablaré de ella, las hay en abundancia).
Saludos.